Mojémonos las patitas en un charco

Amigos, con los ojos refulgentes y ni una pizca de arrepentimiento, os confieso haber abandonado para siempre la alimentación sana. La ingesta continuada de verduras hervidas y fibra reseca ha sido una tortura que por poco destroza lo que más me importa en esta vida: mi posición social.

La combinación de los menús de menopáusica que me recomendó la alondra junto con mi anemia -¡una enfermedad que (dicen) también padecía El Cid!- ha provocado que durante estos días sufriera algún que otro mareo que me ha convertido en el objetivo de las burlas del servicio. Por lo visto, hasta hicieron apuestas sobre el número de desmayos que sufriría en un día (la cobaya emo se embolsó 25 euros con su respuesta: catorce). ¡No puedo permitir que me falten a respeto en mi propia casa!, así que celebraré el regreso a la comida de gourmet con un fiestorro que les recordará a esos pusilánimes quién está podrido de dinero y quiénes se pasarán la noche lavando platos y rellenando copas de champaña para mí y mis distinguidos invitados. ¡Os mantendré al tanto de los preparativos!

En otro orden de cosas, ya he pensado una nueva palabra para los relatos de esta semana: charco. La longitud máxima será de 1.000 caracteres y la fecha límite para enviarlo es el domingo 10 de junio a las 23h. ¡Ánimo!

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12 pensamientos en “Mojémonos las patitas en un charco

  1. Perro con Monóculo dice:

    El verano más seco de París estaba a punto de acabar con el gato, que se arrastraba polvoriento y deshidratado por los Campos Elíseos. La esperanza, contundente y fresca como la primera sandía de junio, renació en el angustiado felino al levantar la mirada y divisar, a solo unos metros, su salvación. Al final de la avenida le esperaba, glorioso, el charco del triunfo.

  2. Miercoles dice:

    Nació con dos nubes sobre la cabeza; un eterno abril empapaba su vida, un maldito charco rodeaba sus pasos allá donde fuera.
    -¿Por qué lloras siempre, niña?
    Y ella señalaba a sus nubarrones y a su charco.
    Un día -harta de estar resfriada- compró un paraguas y…se sintió poderosa.

  3. Nagore dice:

    Conducía de noche por una carretera comarcal casi sin luces. Hacía un par de horas que había parado de llover después de casi 4 días.

    De repente un ruido en la parte trasera del coche le hizo detenerse a un lado de la carretera. Se bajo del coche, con tan mala suerte que piso un gran charco. -¡mierda!- pensó. Se acerco a la parte trasera del vehículo y para colmo de su mala suerte había pinchado una rueda. Abrió el maletero, cogió las herramientas y se dispuso a cambiarla.

    Comenzaba a llover de nuevo, debía darse prisa si no quería acabar cogiendo una pulmonía por la lluvia. Cambió la rueda lo más rápido posible, se volvió a meter en el coche, no sin antes volver a pisar aquel maldito charco. Arrancó el vehículo y se largó de aquel lugar que le producía escalofríos lo más rápido que pudo.

  4. Antonio Ramos Escribano dice:

    Char&Company

    Después de salir del despacho del notario, su cabeza comenzó a hacer un montaje picado de momentos muy locos de sus veintiún años de vida para veintidós. La ESO, el cambio al instituto con 12 años, la polémica que creo en el centro su desarrollado busto combinado con las camisetas bájalas de Albania, el placer que sentía en clase de biología con los experimentos, o la promesa que la orientadora de estudios le hizo antes de la selectividad:

    – “Relájate. Te prometo que no sé dónde comprar Katovit.”

    Ahora todo eso eran anécdotas arrancadas de su vida con cera caliente. Ese material viscoso e industrialmente asfixiante que siempre le recordaba a su tía, María Ángela. La primera persona que le dijo que un tampón no era un petardo. Para ella nunca fue María Ángela, siempre fue su tía.

    Detrás de Char&Company, su recién creada Sociedad Imitada había una gran mentira. Char era Chari, pero no había nadie detrás de Company, sólo un aval bancario que ya olía a usura orgánica.

    No fue fácil para ella tomar la decisión estratégica de quitar la i del nombre en el registro mercantil. El funcionario le preguntó porqué no incluía la i, que luego ella podía poner en el rótulo lo que quisiera, que no era vinculante, que él nunca pegaría a su mujer ni a su perro… Bueno eso último no lo dijo pero para Chari era tan evidente que al despedirse le dijo:

    – “Ahá, sí, ahá. Muchas gracias.”

    Ya estaba hecho. Empresa registrada, papel moneda saldado y un pincho de tortilla en el horizonte. La vida era eso, se decía cuando notó algo húmedo que tocaba su tobillo, un poco gordo para las actuales convenciones sociales, aunque anoréxico a ojos de Pedro Pablo Rubens. Había metido el pié en un cubo de fregar. Creyó que eso era el final de su historia, pero no, no era un charco.

  5. tolayyo dice:

    La evidencia que nunca nos contaron.
    Llevaba Narciso la friolera de 20 días allí asomado mirando enamorado su propio reflejo en el agua, cuando, en un repetino un golpe de lujuria, locura y deseo, y sin dejarse perder de vista su rostro, va y se pone en pie, se quita la ropa, se sube a una piedra y, como un verdadero atleta, se lanza de cabeza con los brazos abiertos en busca de su amado.
    “BUUUUUMBAAA”!!!
    Y es que está claro, se trataba de un charco.

  6. Lagenteazul dice:

    La longitud máxima de cada uno de los pasos de aquellas pequeñas criaturas era de 3 micrómetros, esto quiere decir que para ellas cualquier masa de agua superior a un volumen de unos pocos mililitros suponía un gran problema. En especial sufrían aquellos días en los que se engalanaban con sus mejores vestimentas y aquellas pequeñas botas hechas de una sustancia viscosa que se diluía en agua como un terrón de azúcar en la boca de un diabético. Cuando salía de su casa a comprar lejía o puerros, cualquier pequeña reunión de líquido resultaba una odisea, desde la gota que cae de una botella, hasta los esputos humanos, normalmente acompañados de mucus. Pueden imaginar ustedes, que la vida cotidiana de estas pequeñas criaturas terminara en muchas ocasiones, por lo que ellas denominan “muerte en charco”. Esto incluye desde el ahogamiento en agua de limpiaparabrisas, al suicidio en sudor de gordo, pasando por el deslizamiento prolongado en microgotas de aceite de motor. No es de extrañar, por tanto, que estas pequeñas criaturas optaran por colonizar el subsuelo y desde ahí ser capaces de controlar a todos los seres de la superficie.

  7. Barriuso dice:

    Mañana de Reyes. Junto a la ventana estaba el regalo que había pedido en la carta: Unas botas Katiuskas. Se puso muy contento.
    Apenas desayunó. Se vistió y salió a la calle. Notó que le costaba trabajo caminar. Pero pasado un rato, volaba con las botas.
    Las calles estaban llenas de nieve virgen. Pisó tanta como pudo. Estaba blandita y hacía un pequeño ruido al posar las botas sobre ella.
    Entonces lo vio. En el centro de una bocacalle había un charco de agua. Era muy grande. Una capa de carámbano lo cubría por completo.
    Se acercó despacio al borde. Piso con cuidado con un pie esperando que se quebrase. Aguantó. Puso el otro. Aguantó también. Cuando estaba en el centro apenas lo creía. Tampoco sabía qué hacer.
    Entonces oyó un ruido, el carámbano se cuarteó y él cayó dentro del charco. Las botas no eran tan altas como para evitar que entrase el agua.
    Los pies y los calcetines se le mojaron.
    Salió a tierra firme y con el peso de la derrota a cuestas enfiló el camino a casa.
    Su madre vio el desastre y no le dijo nada. Le secó los pies y le puso junto con las botas y los calcetines, cerca de la chimenea.
    Por la tarde, ya con todo seco, regresó al charco. Solo tanteó el borde. Luego se dio la vuelta y salió corriendo.

  8. Pol dice:

    Cielos metálicos en Barcelona,
    soles abrasan sargantanas.
    – Charcos de cloacas.-

    y guitarras eléctricas.

  9. Anaís dice:

    Al otro lado del charco, un ejército de ranas amarillas con pajarita y bombín brincaban acompasadamente al son de La Marsellesa. La niña se había asomado tanto por el borde que, además de las rodillas y las manos, tenía los muslos, la tripa, el cuello y hasta la nariz cubiertos de barro. Una libélula gigante sopló por su trompeta de juncos anunciando la llegada. El aire agitó el pelo enmarañado de la niña, que dio palmas de alegría, cuidando de no aplastar al insecto entre sus manos. La aparición de la Trucha fue más majestuosa de lo que la niña hubiera podido imaginar. Los destellos de sus escamas plateadas se fundían con el reflejo de la tiara dorada bañada por el sol. La Trucha miró a la extraña a los ojos y, con gran reverencia, le invitó a probarse la corona. La reina del charco, pensó la niña. No podía imaginar una vida mejor. Se asomó aún un poco más, cogió aire. Sus padres la buscaron durante días. El pueblo entero la buscó. Pero ella estaba inmersa en asuntos de estado. Cuando se despertó, tenía restos de algas entre los dientes.

  10. MyGirl dice:

    Ansiaba asistir a la fiesta de su octogenaria amiga Dña. Pilar de Cuernavacas en el Palacio de Linares. Allí, disfrutaría de la venganza y demostraría a esas chismosas que aún podía ser joven y esbelta, eso sí, tras los 15 días de sufrimiento y privaciones en esa clínica cuyo nombre no quería mentar.
    Esas harpías, se comerían las palabras dichas a sotto voce sobre su “estética carnosa” que alcanzaron de forma involuntaria sus trompas de Eustaquio en la cena de la condesita. Allí se clavaron, y de forma tormentosa aniquilaron el ligero equilibrio alcanzado lentamente en los últimos meses.
    Debía sobreponerse y fingir… no mostraría su herida. Elegiría el vestido rojo palabra de honor y esas sandalias de ante rojo y pedrería, lo más valioso de su vestuario. No le importaba que lloviera y diluviara, sería cuidadosa, evitando aquel eterno chaco de la entrada principal y como un espejismo, bajaría delicadamente las escaleras de mármol para que todos la admirasen una última vez.

  11. Le encantaban los días de lluvia. Era la única ocasión en la que podía echar un vistazo al mundo. Miraba hacia arriba y allí estaban: tacones que se atascaban en el barro, faldas que dejaban ver la ropa interior, zapatos italianos manchados de arcilla, patitas de perro mojadas, ruedas de automóvil que dejaban su impronta por donde pasaban. A veces le sacaba de su ensimismamiento algún niño saltando sobre el charco. ¿Cómo era que no caían adentro como le sucedió a él? Quizá él no era un niño. Quizá sólo fuera una rana.

  12. Javiescuserra dice:

    -Tranquilo Vicente, que no pasa nada, vamos al hospital en un momento y lo arreglamos.

    -¡Para tí parece fácil! No eres tú el que se está desangrando…

    -Tranquilo, tranquilo, mira que caerte tan mal…

    -¡Que no! ¡Que me han empujado!

    -A ver, señor paranoico. ¿Quien?

    -No se… no lo he visto bien ¿quien puede haber sido?

    -YO -dijo mientras le clavaba el cuchillo en la espalda.

    La sorpresa le quitó el aliento a Vicente, boqueando, se adivinaba la pregunta en sus labios.

    -¿Es que no podías romperte el cuello?.

    Dios¡ Eres inútil hasta para morir- Retorciendo el cuchillo, finalizó la conversación.

    Ahora tendría que deshacerse del cadáver, pensó mientras saltaba el charco de sangre. Bueno, pero se había ahorrado la indemnización por despido. Sonrió.

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