Queridos amigos:
Vosotros no me veis, pero ahora mismo tengo junto a mí una delicada copa de cristal de bohemia rebosante de champaña y el motivo no es otro que los más de 100 cuentos recibidos en la primera edición de los premios literarios Monóculo de Oro. ¡Brindo, literalmente, por todos vosotros!
(Delicioso)
No negaré que la complicadísima elección del ganador ha derivado en una angustiosa jaqueca que intento combatir con ibuprofenos y Gin Fizz. El nivel era muy alto y yo he sido educado en el arte de la diplomacia.
Soy plenamente consciente de que mi decisión gustará a una persona e indignará a un centenar. ¡No me odiéis, amigos! Por eso he decidido crear la categoría de finalista. Su autor disfrutará de gloria y aplausos, pero se quedará sin regalo. Espero sinceramente no estar empeorando las cosas con esta decisión.
Como bien recordaréis, mis queridos y materialistas escritores, el regalo del concurso era el libro “Casa de muñecas” de Patricia Esteban, ilustrado por Sara Morante. El ejemplar estará firmado y nos lo ha cedido amablemente la editorial Páginas de Espuma. A ellos les dedico mi próximo sorbo.
Sin más dilación, paso a hacer público mi fallo. En breve nos pondremos en contacto con el ganador para hacerle llegar el premio del concurso. ¡Gracias a todos por participar y enhorabuena al ganador!
GANADOR DE LA I EDICIÓN DE LOS PREMIOS MONÓCULO DE ORO
Se ha estropeado el espejo. No funciona, no va. Lo vi en el catálogo de regalos de mi banco y me lo quedé a cambio de no sé cuántos puntos acumulados, pero me ha durado muy poco. Seguro que no tiene garantía. Tampoco estaba incluida la instalación, así que yo mismo lo colgué. Tal vez hice alguna cosa mal, aunque he revisado el montaje y todo parece estar en su sitio. He buscado la documentación del producto, y no la encuentro por ningún lado. A lo mejor, como no lo pagué, venía sin instrucciones. Finalmente he llamado al banco para reclamar, pero allí no saben nada de mi espejo ni de ningún otro. He contactado con el fabricante y he explicado mi problema a cinco personas muy amables; la última de ellas me ha dicho que mi caso es insólito: ¿Seguro que no quiere decir “roto”, caballero? No, no, mi espejo no se ha roto; se ha estropeado, ha dejado de funcionar: verá usted, señorita, me pongo delante, serio, y me devuelve una sonrisa de imbécil en la que, francamente, no me reconozco.
FINALISTA DE LA I EDICIÓN DE LOS PREMIOS MONÓCULO DE ORO
Anaís
Es hora de acabar con la absurda creencia de que los vampiros no se reflejan en el espejo. Ignoro de dónde surgió semejante idea, pero déjenme que les aclare una cosa: el único que no se refleja en el espejo es Dios. O sea, yo. Y se lo digo sin una pizca de orgullo, pues comprenderán los inconvenientes que esta peculiaridad mía conlleva. He conocido a algunos teólogos que la consideran una virtud celestial, ya que evita que malgaste mi valioso tiempo en brazos de la soberbia. El Papa Pío X aseguró, sin embargo, que era una mera consecuencia del sometimiento de la Santísima Trinidad a las leyes de la física. Pero mi madre, que, como todas las madres, cree que soy Único, dice que, si yo no me reflejo en los espejos, será que los espejos están mal hechos. Y entenderán que lo que una madre dice, va a misa. Pero entonces, díganme, ¿a quién puedo exigir yo responsabilidades por esto? Hagan el favor de inventar de una vez un espejo como dios manda. Y verán la de conflictos que nos ahorramos.