No es mi intención presionaros pero solo quedan tres horas para participar en los microrrelatos con la palabra portazo. He decidido reunir los cuentos que han ido llegando para que podáis leerlos e ir haciendo vuestras propias quinielas. Recordad que a las 23 horas de hoy se cierra el plazo.
Autora: Olga Retamero
Abrió la puerta y el mundo se le cayó encima. Quiso gritarle muchas cosas pero no pudo, sus cuerdas vocales se habían quedado petrificadas, tan sólo tuvo fuerza para dar un portazo. El portazo lo dijo todo. Fue como si hablara y le dijera todo aquello que esas cuerdas vocales no pudieron decir.
Nunca más volvieron a verse
Autora: Baby
Los vagones del metro iban de bote en bote. Decidí sentarme y esperar un nuevo convoy. Entonces se me acercó. Era un muchacho, con pinta de americano, de casi dos metros de alto, rubio, con cara simpática, de unos veintitantos años. Llevaba una enorme mochila sujetada a la espalda, que le sobresalía por encima de los hombros; unas sandalias de cuero, que dejaban ver unos dedos que habían conocido tiempos mejores y una especie de sombrero que me recordó vagamente las películas de John Ford.
Mirándome de arriba abajo y con un español tirando a deficiente me preguntó:
– ¿Portazo?
Yo le contesté, sin pensármelo dos veces, eso sí, subiendo el tono de voz:
– ¿Portazgo?
– Yes, Portazo- confirmó.
Me vine arriba y estuvimos un rato mirando el plano del metro. Me costó Dios y ayuda hacer que me entendiese algo. Por último, pensé que lo mejor sería acompañarle; al fin y al cabo, estábamos en el andén de la línea dos y él iba a la uno.
Llegamos a su andén, y ya sin mediar palabra, esperamos la llegada tren. Venía hasta las trancas. Al abrirse las puertas, nos despedimos con un apretón de manos y unas sonrisas de panolis.
Él se marchó con su mochila, tan contento, y yo di la vuelta y me fui con la música a otra parte.
Autora: Nagore
Dormían plácidamente en su Hotel en Ibiza, era casi final de mes pero aquello estaba repleto de jóvenes en busca de fiesta, alcohol y drogas.
De repente a eso de las tres de la mañana se escuchó un gran portazo, seguido de voces demasiado altas para las horas que eran. Otro portazo, y otro más.
De seguir así muchos más días abandonarían la isla por estress en vez de por descanso.
Autor: Armando
Como des un portazo, te acuerdas, amenacé sin mucha confianza en que surtiera efecto. No fue un portazo, fue un intento de derribo de toda la casa. Y casi lo consigue. Menos mal que como consecuencia del golpe se cargó la colección de porcelana con motivos chinescos que nos regaló la hortera de su madre, cuando lo del bodorrio, ya se sabe; y encima las dos se quedaron tan contentas. Al darse cuenta de la que había armado, casi se desmayó del disgusto. Yo me reí por lo bajini.
Estuve quince días a pan y agua, de día y de noche, pero mereció la pena. Ahora le he echado el ojo al jarrón de metro y medio que nos endiñó su abuelo. A ver cómo se la monto para que le de un arreón a la puerta y haga carambola.
Autora: Anaís
El reloj marcaba las 21:12. Debía llevar, al menos, cuatro días así. Le gustaba que se hubiese detenido en una cifra capicúa. Algo preciso en medio del caos. Estaba muy cansada. Y sucia. Con la aparición de los gritos ya no se detenía ni a dormir. No había visto a nadie desde que abandonó la aldea así que, de vez en cuando, hablaba con la rama que había recogido y que usaba como bastón. La llamaba Andrés. “No podemos parar ahora, Andrés”, le decía agarrándole fuerte con la mano. “Cuando lleguemos a casa estaremos seguros”. Vislumbraron la ciudad al atardecer. Crecieron los gritos y, al acercarse a la plaza, el horror se materializó. Los seres grises que habían arrasado la aldea atacaban vorazmente a todo el que se ponía en su camino. Tenía que llegar a casa. Respiró profundamente y, tras despedirse, soltó su rama y echó a correr, sin hacer caso de las zancadas que la siguieron en tromba. Vio el portal. Apenas quedaban cien metros. Hizo un último esfuerzo, introdujo la llave sin mirar atrás y entró como una exhalación. Cerró de un portazo. Estaba a punto de respirar con alivio, cuando las cuatro paredes se derrumbaron a su alrededor. Se quedó inmóvil. Y lamentó haber abandonado a Andrés.
Autor: Roilenos
El portazo todavía dolía en mis oídos cuando empecé a sentirme bien.
¡Ahora era libre para hacer lo que quisiera!
Autor: Roilenos
Aquella noche parecía la madre de todas las noches. Oscura como dicen que es la boca del lobo, yo nunca lo pude comprobar, pero eso decían. El caso es que no se veía nada, escuche, nada de nada. Ustedes me preguntan ahora: ¿vio algo? Y yo claro no puedo responder otra cosa que no. Sin luna, como le digo, agente. Solo estaba esperando a una amiga.
Pero oí gritos. Sí, estaban gritando, discutiendo. Cuando oí el portazo. Eran las once y treinta y cinco agente. ¿Qué cómo estoy tan seguro? Bueno, estaba impaciente, siempre lo estoy cuando veo a Elisa. Y los gritos eran muy molestos. Como le decía, discusión, portazo y luego gritos de auxilio. Les llamé, llamé a una ambulancia y eso fue todo. ¡no lo conocía de nada! Simple caridad cristiana. Ni siquiera vi al hombre hasta que sacaron el cadáver.
¡Seguro que fue el pillo! ¡Él lo hizo! Clavarle esa asquerosa navaja negra a su propio padre… me repugna. ¿Qué? ¿Qué en ninguna versión se ha hablado de navaja?
Quiero hablar con mi abogado.
Autor: Gedeón
Salí de tu vida obligada por las circunstancias, haciendo mutis por el foro, con el maquillaje corrido y dejando tras de mí una nota impregnada de melodrama que pretendía hacer gala del ingenio que mi boca no había sido capaz de escupir durante la noche. Al menos me llevé el sabor de la tuya, que ya es algo.
¿Sabes? Estabas tan dormido que ni siquiera oíste el portazo de despedida… Tal vez sea mejor así, pero la actriz que llevo dentro, a falta de más besos, tenía hambre de aplausos aquella mañana, mi pequeño cinéfilo.