Archivo de la categoría: Vuestros relatos

La servilleta con el microrrelato ganador

Queridos amigos, espero que sepáis perdonarme la ausencia de estos días, pero como dicen en las escuelas de negocio: business is business. ‘¿Y de qué business se trata?’, preguntó la alondra y os cuestionaréis vosotros. De conseguir patrocinadores para mi concurso de microrrelatos. Sí, amigos, acabo de firmar una colaboración con una prestigiosa y nueva revista digital. ‘¿Cómo puede ser prestigiosa si es nueva?’, preguntó la alondra y os cuestionaréis algunos. ¡Quizás cuando os comente que este acuerdo traerá consigo regalos para los mejores cuentos os dejará de preocupar esa ambigüedad! Por cierto, para no tener que repetirme en cada una de las respuestas, antes de que me preguntéis lo mismo os digo lo mismo que le respondí a la alondra: ‘No, no es la revista Cartier’.

De cualquier modo, el protagonista de esta entrada no soy yo, sino el autor del mejor microrrelato con servilleta (ha sido una dura competición, ¡había grandes piezas!). Muy pronto desvelaré la nueva musa que habrá de inspiraros hacia la fama etérea y el regalo material.

Autora: Fercha
Siguió dejando que la línea de tinta saliera del bolígrafo, errática, continua, confusa; guiando su mano para acabar con la solitaria blancura de la servilleta. Cuando los dibujos se cansaron de surgir, se dispuso a asumir que ella lo había abandonado en esa tabla de madera: un naufrago hundiéndose en el bullicio de las otras mesas del bar. Los garabatos lo cubrían todo: el “lo siento” y el “te quiero” de fondo; las cursis flores que, en los minutos de la espera, llenaron su lienzo; los rayajos deslavazados que llovieron sobre sus buenas intenciones cuando el tiempo le dijo que ella no iría a la cita.
Dobló la servilleta, la escondió en el bolsillo de la camisa y se marchó.
Estaba preparado para el dolor, para la tristeza, pero no esperaba tener que enfrentarse, días después, a una lavadora de ropa manchada de negro desolación, destilando desde el bolsillo de su camisa.

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Y tras los portazos llegó la ganadora

Amigos, había echado tanto de menos el momento de la coronación del ganador. Hoy toca rendir honores a una escritora que ha condensado el dolor, el orgullo y la inmadurez en unas pocas líneas. ¡Ha dado un fuerte portazo y no se ha pillado los dedos! Quítemonos todos el sombrero y brindemos con champaña por Gedeón, cuya imagen presidirá durante dos semanas mi galería de retratos.

Ganadora microrrelato con portazo. Gedeón

Autora: Gedeón

Salí de tu vida obligada por las circunstancias, haciendo mutis por el foro, con el maquillaje corrido y dejando tras de mí una nota impregnada de melodrama que pretendía hacer gala del ingenio que mi boca no había sido capaz de escupir durante la noche. Al menos me llevé el sabor de la tuya, que ya es algo.

¿Sabes? Estabas tan dormido que ni siquiera oíste el portazo de despedida… Tal vez sea mejor así, pero la actriz que llevo dentro, a falta de más besos, tenía hambre de aplausos aquella mañana, mi pequeño cinéfilo.

Vuestros portazos

No es mi intención presionaros pero solo quedan tres horas para participar en los microrrelatos con la palabra portazo. He decidido reunir los cuentos que han ido llegando para que podáis leerlos e ir haciendo vuestras propias quinielas. Recordad que a las 23 horas de hoy se cierra el plazo.

Autora: Olga Retamero 

Abrió la puerta y el mundo se le cayó encima. Quiso gritarle muchas cosas pero no pudo, sus cuerdas vocales se habían quedado petrificadas, tan sólo tuvo fuerza para dar un portazo. El portazo lo dijo todo. Fue como si hablara y le dijera todo aquello que esas cuerdas vocales no pudieron decir.
Nunca más volvieron a verse

 Autora: Baby

Los vagones del metro iban de bote en bote. Decidí sentarme y esperar un nuevo convoy. Entonces se me acercó. Era un muchacho, con pinta de americano, de casi dos metros de alto, rubio, con cara simpática, de unos veintitantos años. Llevaba una enorme mochila sujetada a la espalda, que le sobresalía por encima de los hombros; unas sandalias de cuero, que dejaban ver unos dedos que habían conocido tiempos mejores y una especie de sombrero que me recordó vagamente las películas de John Ford.

Mirándome de arriba abajo y con un español tirando a deficiente me preguntó:

– ¿Portazo?

Yo le contesté, sin pensármelo dos veces, eso sí, subiendo el tono de voz:

– ¿Portazgo?

– Yes, Portazo- confirmó.

Me vine arriba y estuvimos un rato mirando el plano del metro. Me costó Dios y ayuda hacer que me entendiese algo. Por último, pensé que lo mejor sería acompañarle; al fin y al cabo, estábamos en el andén de la línea dos y él iba a la uno.

Llegamos a su andén, y ya sin mediar palabra, esperamos la llegada tren. Venía hasta las trancas. Al abrirse las puertas, nos despedimos con un apretón de manos y unas sonrisas de panolis.

Él se marchó con su mochila, tan contento, y yo di la vuelta y me fui con la música a otra parte.

 Autora: Nagore

 Dormían plácidamente en su Hotel en Ibiza, era casi final de mes pero aquello estaba repleto de jóvenes en busca de fiesta, alcohol y drogas.

De repente a eso de las tres de la mañana se escuchó un gran portazo, seguido de voces demasiado altas para las horas que eran. Otro portazo, y otro más.
De seguir así muchos más días abandonarían la isla por estress en vez de por descanso.

Autor: Armando

Como des un portazo, te acuerdas, amenacé sin mucha confianza en que surtiera efecto. No fue un portazo, fue un intento de derribo de toda la casa. Y casi lo consigue. Menos mal que como consecuencia del golpe se cargó la colección de porcelana con motivos chinescos que nos regaló la hortera de su madre, cuando lo del bodorrio, ya se sabe; y encima las dos se quedaron tan contentas. Al darse cuenta de la que había armado, casi se desmayó del disgusto. Yo me reí por lo bajini.
Estuve quince días a pan y agua, de día y de noche, pero mereció la pena. Ahora le he echado el ojo al jarrón de metro y medio que nos endiñó su abuelo. A ver cómo se la monto para que le de un arreón a la puerta y haga carambola.

Autora: Anaís

El reloj marcaba las 21:12. Debía llevar, al menos, cuatro días así. Le gustaba que se hubiese detenido en una cifra capicúa. Algo preciso en medio del caos. Estaba muy cansada. Y sucia. Con la aparición de los gritos ya no se detenía ni a dormir. No había visto a nadie desde que abandonó la aldea así que, de vez en cuando, hablaba con la rama que había recogido y que usaba como bastón. La llamaba Andrés. “No podemos parar ahora, Andrés”, le decía agarrándole fuerte con la mano. “Cuando lleguemos a casa estaremos seguros”. Vislumbraron la ciudad al atardecer. Crecieron los gritos y, al acercarse a la plaza, el horror se materializó. Los seres grises que habían arrasado la aldea atacaban vorazmente a todo el que se ponía en su camino. Tenía que llegar a casa. Respiró profundamente y, tras despedirse, soltó su rama y echó a correr, sin hacer caso de las zancadas que la siguieron en tromba. Vio el portal. Apenas quedaban cien metros. Hizo un último esfuerzo, introdujo la llave sin mirar atrás y entró como una exhalación. Cerró de un portazo. Estaba a punto de respirar con alivio, cuando las cuatro paredes se derrumbaron a su alrededor. Se quedó inmóvil. Y lamentó haber abandonado a Andrés.

Autor:  Roilenos

El portazo todavía dolía en mis oídos cuando empecé a sentirme bien.
¡Ahora era libre para hacer lo que quisiera!

Autor:  Roilenos

 Aquella noche parecía la madre de todas las noches. Oscura como dicen que es la boca del lobo, yo nunca lo pude comprobar, pero eso decían. El caso es que no se veía nada, escuche, nada de nada. Ustedes me preguntan ahora: ¿vio algo? Y yo claro no puedo responder otra cosa que no. Sin luna, como le digo, agente. Solo estaba esperando a una amiga.

Pero oí gritos. Sí, estaban gritando, discutiendo. Cuando oí el portazo. Eran las once y treinta y cinco agente. ¿Qué cómo estoy tan seguro? Bueno, estaba impaciente, siempre lo estoy cuando veo a Elisa. Y los gritos eran muy molestos. Como le decía, discusión, portazo y luego gritos de auxilio. Les llamé, llamé a una ambulancia y eso fue todo. ¡no lo conocía de nada! Simple caridad cristiana. Ni siquiera vi al hombre hasta que sacaron el cadáver.

¡Seguro que fue el pillo! ¡Él lo hizo! Clavarle esa asquerosa navaja negra a su propio padre… me repugna. ¿Qué? ¿Qué en ninguna versión se ha hablado de navaja?
Quiero hablar con mi abogado.

 

Autor: Gedeón

Salí de tu vida obligada por las circunstancias, haciendo mutis por el foro, con el maquillaje corrido y dejando tras de mí una nota impregnada de melodrama que pretendía hacer gala del ingenio que mi boca no había sido capaz de escupir durante la noche. Al menos me llevé el sabor de la tuya, que ya es algo.

¿Sabes? Estabas tan dormido que ni siquiera oíste el portazo de despedida… Tal vez sea mejor así, pero la actriz que llevo dentro, a falta de más besos, tenía hambre de aplausos aquella mañana, mi pequeño cinéfilo.

Emigro, como las golondrinas

Junio, el mes de las fresas, los cócteles en el jardín y la apertura de piscinas municipales, está a punto de finalizar. Vosotros cogeréis vuestros petates polvorientos y os lanzaréis a descubrir Europa en un tren con asientos de plástico. Y en el fondo, ¡no somos tan distintos! Cuando lleguéis, reventados, a vuestra pensión-zulo londinense compartida con seis estudiantes holandeses que huelen a oso, yo estaré viviendo mi Bloomsbury particular a solo unas pocas millas, bebiendo gimlets en alguna retrospectiva de la National Portrait Gallery.

Durante mi viaje iré telefoneando a mis amigos europeos, que llevan años rogándome que los visite. Normalmente hubiera hecho una primera parada en casa de la Condesa de Lloret de Mar, pero por incidentes que de sobra conocéis, esta vez me haré el despistado.

El próximo lunes abandono esta humilde mansión sin aire acondicionado, pero os iré mandando regularmente postales y fotos. No con el objeto de restregaros por la cara mi maravilloso verano, sino para no perder el contacto. ¡Quizás incluso se me ocurra algún que otro reto literario! No descarto nada.

Y ahora, un asunto pendiente. Os dejo con mi relato favorito con calderilla. Por cierto, ¿no creéis que la palabra chelín le da mil vueltas a céntimo? ¡Hasta en las monedas más bajas hay clases y clases!

Autor: Abencerraje

El bautizo tocaba a su fin y el cortejo, finalmente, salió de la iglesia. Jacinto, el padrino, como era costumbre, iba dándose importancia, esperando su momento. Sin perderle de vista, un grupo de niños comenzó a gritar: padrino roñoso, padrino roñoso. A la vez que chillaban, tomaban posiciones, pendientes de los gestos del que esperaban como un nuevo rey Midas. Por fin, Jacinto sacó las manos de los bolsillos, llenas de monedas pequeñas: de perras chicas y perras gordas. Las lanzó al cielo y cayeron sobre la chiquillería como si fuese una lluvia de oro.

En el suelo se luchaba por cada pieza. Si hubiesen sido de duro, se podría haber hecho el mismo esfuerzo, pero no más. El padrino seguía disfrutando de su liberalidad, que no era tanta, pues lo que tiraba no era sino simple calderilla; mucho ruido y … Se acercó el padre del bautizado y, con ese sentimiento de dignidad y orgullo de nuevo patriarca, dijo: Jacinto, no seas miserias, échales algunas pesetas. Éste, algo amohinado, arrugó la cara, y cambió la calderilla menuda por una más sustanciosa.

El bautizo se recordó durante largo tiempo; mucho más de lo que duró el tesoro en las manos de los chicos.

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El bochorno me violenta

¡Me suda la frente! Y me obliga a levantar constantemente la chistera, suplicando por una brisa de aire (que no llega) que me refresque la cabeza. ¡Se me empaña el monóculo! Me siento igual que si estuviera encerrado en una sauna y alguien se hubiera tragado la llave a mi salud. En estos momentos me arrepiento de no haber construido una piscina en el jardín. ¡Chucho inútil! Tuve que preferir el butacón de lectura, la barra de bar y el miniestudio de rodaje. No he rodado ninguna película en todo este tiempo, maldita sea, y ahora me derrito como un helado de fresa en la autopista. ¡Mísero animal! Que alguien se apiade de mí y me traiga un vaso de agua, por favor. O mejor un daikiri de limón con mucho hielo, una pajita de colores y unas hojitas de menta.

Quiero compartir con vosotros un relato que me ha llegado con la palabra calderilla y que vale mucho más que un puñado de céntimos. Yo ya he escrito el mío. Estáis a tiempo de mandar los vuestros, ¡el plazo termina el domingo!

Autor: Abencerraje

El bautizo tocaba a su fin y el cortejo, finalmente, salió de la iglesia. Jacinto, el padrino, como era costumbre, iba dándose importancia, esperando su momento. Sin perderle de vista, un grupo de niños comenzó a gritar: padrino roñoso, padrino roñoso. A la vez que chillaban, tomaban posiciones, pendientes de los gestos del que esperaban como un nuevo rey Midas. Por fin, Jacinto sacó las manos de los bolsillos, llenas de monedas pequeñas: de perras chicas y perras gordas. Las lanzó al cielo y cayeron sobre la chiquillería como si fuese una lluvia de oro.

En el suelo se luchaba por cada pieza. Si hubiesen sido de duro, se podría haber hecho el mismo esfuerzo, pero no más. El padrino seguía disfrutando de su liberalidad, que no era tanta, pues lo que tiraba no era sino simple calderilla; mucho ruido y … Se acercó el padre del bautizado y, con ese sentimiento de dignidad y orgullo de nuevo patriarca, dijo: Jacinto, no seas miserias, échales algunas pesetas. Éste, algo amohinado, arrugó la cara, y cambió la calderilla menuda por una más sustanciosa.

El bautizo se recordó durante largo tiempo; mucho más de lo que duró el tesoro en las manos de los chicos.

Un gran paso para mi galería

La semana pasada hubo pocos cuentos con la palabra microondas, ¡sois más pobres de lo que imaginaba! Quizás debería emplear mis donativos en vosotros, en lugar de en las causas benéficas que ayer sopesé. Me parte el alma que todavía tengáis que calentar leche con un cazo, ¡pero si hace por lo menos tres décadas que superamos el Medievo!

Nuestro astuto amigo Maximus ha sorteado el escollo de no tener horno microondas en su cocina y ha optado por hablar de las ondas empleadas en la señal de televisión. ¡Rindamos honores a su maravillosa narración! En serio os lo digo, a riesgo de que me explote el cráneo, me quito la escafandra ante esta historia.

Autor: Maximus

Ramón pisó una caca y lo vio todo el mundo. Literalmente. El fascinante hallazgo de un excremento en la superficie de Marte restó protagonismo a aquella proeza de la aeronáutica espacial, a aquel momento histórico retransmitido a través de enlaces de microondas bidireccionales a las televisiones de más de doscientos países. Eclipsó incluso la españolidad de aquel astronauta que, seleccionado entre los mejores, soñaba con recuperar la dignidad de la piel de toro con un pequeño paso para el hombre, convertido en gran guasa para la humanidad. Aquella inesperada deposición era, tal vez, el mayor reto al que se había enfrentado jamás la ciencia: ¿quién o qué había habitado el planeta rojo y dejó aquella huella inerte, perenne gracias a la falta de oxígeno? Ya habría tiempo para el asombro. Por el momento, el mundo se apresuró a cachondearse de Ramón, aquel prohombre que, con la rojigualda al hombro, la Tierra a su espalda y una mierda a sus pies, simbolizó el destino de una especie irrescatable que orbita ineludiblemente en torno a la única fuente de luz de su limitado sistema.

Os recuerdo que vosotros también podéis optar a presumir de mirada altiva y sonrisa orgullosa en mi galería de retratos. Los cuentos de esta semana deben incluir la palabra calderilla (esa sí os suena, ¿verdad?*)

* Disculpad mi grosería, pero hoy hace bochorno. ¡El calor y la humedad me violentan!

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Cuatro pies en un mismo charco

Amigos, esta semana tenemos un empate. No sé cómo os tomaréis aquí los empates, yo reconozco que siempre los he odiado: ¡o gano en solitario o rechazo vehementemente cualquier tipo de honor compartido! Sin embargo, aquí mi papel es el de juez, y cuando uno lleva puesta la toga negra con mangas de ganchillo y la peluca de Mozart se vuelve más benevolente.

Los dos cuentos con charco que me han encandilado están protagonizados por niños. Uno de los textos se deleita en la fantasía más brillante y colorida, el otro retrata el tierno coqueteo con el miedo. En momentos como este me gustaría ser capaz de dibujar tan bien como mi amiga Maruta, ¡se me ocurren una preciosas ilustraciones para estos microrrelatos! Pero no se me dan bien las artes plásticas, tendré que conformarme con ser, simplemente, un maestro de la palabra verdaderamente fotogénico.

Debido a que Barriuso no me ha mandado todavía una foto, he puesto una bota de agua provisionalmente. En cuanto me mande su imagen, la sustituiré en mi galería de retratos. Sin más dilación, os presento a los ganadores y sus historias. ¡Disfrutadlas!

Autor: Barriuso

Mañana de Reyes. Junto a la ventana estaba el regalo que había pedido en la carta: Unas botas Katiuskas. Se puso muy contento. Apenas desayunó. Se vistió y salió a la calle. Notó que le costaba trabajo caminar. Pero pasado un rato, volaba con las botas.

Las calles estaban llenas de nieve virgen. Pisó tanta como pudo. Estaba blandita y hacía un pequeño ruido al posar las botas sobre ella. Entonces lo vio. En el centro de una bocacalle había un charco de agua. Era muy grande. Una capa de carámbano lo cubría por completo. Se acercó despacio al borde. Piso con cuidado con un pie esperando que se quebrase. Aguantó. Puso el otro. Aguantó también. Cuando estaba en el centro apenas lo creía. Tampoco sabía qué hacer.

Entonces oyó un ruido, el carámbano se cuarteó y él cayó dentro del charco. Las botas no eran tan altas como para evitar que entrase el agua. Los pies y los calcetines se le mojaron. Salió a tierra firme y con el peso de la derrota a cuestas enfiló el camino a casa.

Su madre vio el desastre y no le dijo nada. Le secó los pies y le puso junto con las botas y los calcetines, cerca de la chimenea.

Por la tarde, ya con todo seco, regresó al charco. Solo tanteó el borde. Luego se dio la vuelta y salió corriendo.

Autora: Anaís

Al otro lado del charco, un ejército de ranas amarillas con pajarita y bombín brincaban acompasadamente al son de La Marsellesa. La niña se había asomado tanto por el borde que, además de las rodillas y las manos, tenía los muslos, la tripa, el cuello y hasta la nariz cubiertos de barro. Una libélula gigante sopló por su trompeta de juncos anunciando la llegada. El aire agitó el pelo enmarañado de la niña, que dio palmas de alegría, cuidando de no aplastar al insecto entre sus manos. La aparición de la Trucha fue más majestuosa de lo que la niña hubiera podido imaginar. Los destellos de sus escamas plateadas se fundían con el reflejo de la tiara dorada bañada por el sol. La Trucha miró a la extraña a los ojos y, con gran reverencia, le invitó a probarse la corona. La reina del charco, pensó la niña. No podía imaginar una vida mejor. Se asomó aún un poco más, cogió aire. Sus padres la buscaron durante días. El pueblo entero la buscó. Pero ella estaba inmersa en asuntos de estado. Cuando se despertó, tenía restos de algas entre los dientes.

Russian Red me ignora (y unos cuantos charcos)

Amigos, sigo ocupadísimo con los asuntos de mi fiesta, así que seré breve. Hoy he estado a punto de sufrir una crisis nerviosa por tres motivos diferentes. El primero, Russian Red no responde a mis solicitudes de amistad en Facebook: deseaba contratarla para que cantase en mi fiesta (aunque no sus propios temas, sino canciones de Donna Summer, La Lupe y Mecano), pero, visto lo visto, iré pensando alternativas. ¿Alguna sugerencia? Necesito a alguien que esté en la cresta de la ola pero que también esté dispuesto a bajarse los pantalones y cantar el repertorio que yo le ordene. ¿He oído Bimba Bosé? ¡No van por ahí los tiros!

Los otros dos asuntos que me irritaron sobremanera se me han olvidado mientras escribía el párrafo anterior, así que tampoco voy a intentar recordarlos porque ya me he desfogado y me encuentro un poco mejor. Y ahora voy a tumbarme al sol con un enorme vaso de té helado, con cargamento de hielos y unas hojitas de menta. ¡Ser el director creativo y anfitrión de una fiesta resulta agotador!

Os dejo unos microrrelatos con charco que han llegado esta semana. Tenéis hasta el domingo a las 23h. para mandar los vuestros.

Autor: Tolayyo

La evidencia que nunca nos contaron.
Llevaba Narciso la friolera de 20 días allí asomado mirando enamorado su propio reflejo en el agua, cuando, en un repetino un golpe de lujuria, locura y deseo, y sin dejarse perder de vista su rostro, va y se pone en pie, se quita la ropa, se sube a una piedra y, como un verdadero atleta, se lanza de cabeza con los brazos abiertos en busca de su amado.
“BUUUUUMBAAA”!!!
Y es que está claro, se trataba de un charco.

Autor: Miércoles

Nació con dos nubes sobre la cabeza; un eterno abril empapaba su vida, un maldito charco rodeaba sus pasos allá donde fuera.
-¿Por qué lloras siempre, niña?
Y ella señalaba a sus nubarrones y a su charco.
Un día -harta de estar resfriada- compró un paraguas y…se sintió poderosa.

Autor: Perro con Monóculo

El verano más seco de París estaba a punto de acabar con el gato, que se arrastraba polvoriento y deshidratado por los Campos Elíseos. La esperanza, contundente y fresca como la primera sandía de junio, renació en el angustiado felino al levantar la mirada y divisar, a solo unos metros, su salvación. Al final de la avenida le esperaba, glorioso, el charco del triunfo.

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Menú de fiesta y un gato en mi galería

La alondra y yo hemos preparado el siguiente menú para mi, cada vez más próxima, fiesta. En realidad, yo he escogido lo que se me ha antojado y la de las plumas ha hecho de juez, por lo que algunos platos llevan su aprobación y otros solo su desdén. AA significa: «Alondra Approved».

– Canapés de langostino y de secreto ibérico.
– Brochetas de tomate cherry con mozzarella (palos dorados, nada de madera barata que pueda astillarse en la lengua de mis invitados).
– Cucharitas de caviar.
– Sorbete de mandarina (con pajita)
– Pipas peladas en boles dorados (AA).
– Selección de Riberas del Duero (AA)
– Tónica, Cherry Coke y Bitter Kas (técnica encubierta para que todo el mundo beba vino)
– Lenguas de gato de chocolate blanco (AA).
– Champaña para parar un tren (AA).

¿Qué os parece? La alondra insistía en poner gazpacho, pero no tengo ninguna intención de que mi fiesta apeste a ajo, así que lo he descartado. El que quiera sopa fría que pida vino tinto. Esto es una fiesta elegante, ¡no un picnic para domingueros!

Antes de seguir, os recuerdo que la palabra para los cuentos de esta semana es charco. Y ahora, el esperado momento de gloria y reconocimiento enmarcado con devoción y mimo. Os presento al autor de mi microrrelato con toalla favorito de la semana pasada. Sus palabras dibujan la silueta de la peor manera de estar en el mundo: ¡la muerte en vida!

Autor: Xavi Puig

Se metió en el ascensor con la intención de darle al botón que le pidiera el cuerpo. Cualquier piso menos el suyo, esta vez iría a la aventura. Intuía que los descansillos se parecían entre sí, que eran todos del mismo color salmón. Pero, ¿y si eran muy distintos? ¿Y si en otros pisos había litografías de Miró, plantas o hasta un corcho para colgar avisos? Cerró los ojos y pulsó el botón del sexto. Se le encogió el estómago cuando el elevador siguió subiendo por encima del cuarto. Flirteó incluso con la imagen de la cabina estrellándose contra la azotea, atravesando el edificio como una bala, dibujando una trayectoria errática en el cielo. Pero paró en el sexto, como estaba previsto. Entonces él abrió la puerta hacia lo desconocido, hallando solo oscuridad. Nervioso como estaba, no encontró el interruptor de la luz, y eso que lo buscó con la mano, arrimado a la pared como un gato asustado. Oyó un golpe lejano que le sobresaltó y, tembloroso, reculó hacia el ascensor sin mirar atrás. Le dio al botón del cuarto y regresó a su casa, al refugio. Tranquilo, no ha pasado nada. Nunca se arrepintió de haber tirado la toalla. Su vida estaba bien así. Y finalmente murió un lunes, como estaba previsto.

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Un pedacito de asfalto para la galería (y medidas de supervivencia)

Después de mirar a los ojos de la inanición, la deshidratación y la insolación en menos de media hora, siento miedo de que la muerte se presente en mi casa sin invitación. Llamadme paranoico, pero he decidido que haré todo lo posible para burlarla con gracia.

Mis objetivos para esta semana son:

– Estar comunicado en todo momento para contactar con la Embajada en caso de infarto o accidente doméstico: comprar un busca.

– Desterrar -¡para siempre!- los fritos de mi dieta: despedir a la gallina cordobesa (o esconderle los bidones de aceite de oliva).

– Reforzar mi musculatura, practicar ejercicios cardiovasculares y elevar mi espíritu a través de la música: rescatar los VHS de «Aeróbic con Jane Fonda».

Y ahora, con las cosas claras, llega el momento de presentaros a la autora de mi microrrelato favorito con la palabra carretera. Además, ella fue la persona que inauguró, con un hueso, mi galería de retratos. ¡Brindemos por ella y por su cuento!

Autora: Anaís

Llevaba años caminando. No sabría precisar cuántos. Al principio le resultaban irresistibles los caminos pedregosos y con curvas, pero desde que descubrió las carreteras asfaltadas era incapaz de alejarse de ellas. Había dejado atrás decenas de áreas de servicio y algunos pueblos encantadores, donde siempre se despedía de alguien con más o menos pena. Pero nunca había vuelto la vista atrás. Un día creyó oír un ladrido lejano a su espalda y se acordó de aquel perro labrador con el que caminó durante un tiempo, hacía muchos años. Se volvió solo un instante, no pensaba ni siquiera detenerse, pero un miedo sobrehumano le paralizó. Justo detrás de su último paso se abría un precipicio escarpado. Se asomó y contempló la nada más absoluta. Se giró de nuevo, con el corazón agitado, deseado no haberse dado la vuelta jamás, y se dio cuenta de que delante de sus ojos se elevaba una montaña en la que no se había fijado antes. En la cima revoloteaban aves de colores y un puñado de árboles proyectaba una sombra deliciosa. Pero no se sentía con fuerzas de alcanzarla. Había visto la nada, y ya solo podía pensar en ella. Se tumbó sobre el asfalto. Estaba caliente, como el vientre materno. Y esperó.